martes, 1 de noviembre de 2011

COMO BUSCA LA CIERVA HERIDA



Un bello canto inspirado en el salmo 41: Como busca la sierva corrientes de agua, y que suscita en nosotros sentimientos de confianza y abandono en el Padre.

En Dios tenemos puesta toda nuestra esperanza. 

En el día en que conmemoramos a los fieles difuntos, es bueno recordar que hemos sido creados para ver a Dios, para vivir eternamente en comunión con Él en el Reino de los Cielos.

La buena noticia cristiana asegura que seremos revestidos y absorbidos  por la pascua de Cristo, y que participaremos de la victoria del Resucitado, quien transfigurará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso.

Todo el Nuevo Testamento, desde los Evangelios hasta el Apocalipsis, se hace eco de este acontecimiento admirable: la resurrección de los muertos.

Día de los difuntos: 3 motivos para orar

En el día de los muertos, oramos en primer lugar por nuestros difuntos, para que gocen de la visión de Dios, y las puertas de la nueva ciudad se abran para ellos.

Para Dios todos están vivos, recemos por aquellos hermanos y hermanas que están en el purgatorio, para que puedan por fin contemplar cara a cara el rostro amoroso del Padre.

Ya sé que hablar del purgatorio no está de moda, pero ello forma parte del misterio de este día 2 de noviembre. Si no existiera no tendría sentido orar por los difuntos, una práctica que acompaña a la Iglesia desde los tiempos apostólicos.

Oramos también por todos los que mueren, especialmente por aquellos que tienen que enfrentarse a muertes dolorosas o imprevistas: una larga enfermedad degenerativa, un accidente de coche, un acto violento fruto de la guerra, la tortura, la acción criminal, etc. 

Oramos incluso por nuestra propia muerte, tal y como hacemos cada vez que rezamos el Avemaría, "...ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén", para que vivamos siempre de tal manera que estemos, como dice el Evangelio, con los lomos ceñidos y las lamparas encendidas, atentos a la llegada del esposo.

Oramos, finalmente, por aquellos que han perdido a un ser querido, un hijo, un amigo, y se siente tristes y desesperanzados, que el amor de Dios les visite y les colme de fortaleza.

Seamos nosotros mismos ministros y ministras del consuelo de Dios, acompañando, multiplicando los gestos de cercanía y de amistad.

Muchos hermanos y hermanas que han padecido de cerca la muerte dolorosa o inesperada de un ser querido, necesitan sanación interior de esas heridas profundas, la liberación del peso de tristezas, angustias o del sentimiento de soledad que ha quedado como secuela de esa experiencia traumática.

Pidamos a Jesús, quien por sus heridas en la cruz nos ha curado, que sane y libere los corazones de los hermanos y hermanas que sufren, y que estemos donde estemos, seamos embajadores de la paz y del consuelo que vienen de Dios. Amén.


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