domingo, 19 de septiembre de 2010

LA NOCHE OSCURA de Juan de la Cruz


Siento que este poema de Juan de la Cruz es para nosotros, ciudadanos del siglo XXI.

Vivimos un tiempo en que Dios se ha convertido, para muchas personas, en una verdadera Noche Oscura.
La experiencia de Dios que testimonia el poema supera nuestro "hoy" histórico. Supera nuestra entender, nuestro sentir, nuestro esperar.

El problema es que seguimos teniendo hambre y sed de infinito.

La secularización nos conduce, irrefrenablemente, a un cristianismo desnudo, sin apoyos sociológicos, ni históricos, ni culturales. El único fundamento: la fe en Cristo y en su Iglesia.

Llega una época de cristianos adultos, de opciones maduras, cuyo apoyo está, fundamentalmente, en la experiencia personal en Cristo Resucitado. Y nada más.

Llega un tiempo de una Iglesia profética, levadura en medio de la masa, sal de la tierra, Iglesia fuerte y débil, Iglesia no de masas, sino de cristianos conscientes de su cristianismo. Iglesia poderosa, en su debilidad y en su pobreza, llena del Espíritu Santo, fiel a la Tradición viva.

Un tiempo nuevo para la experiencia mística, la vida del Espíritu Santo en nosotros, para releer con avidez el testimonio de los místicos y de los santos: los padres de la Iglesia, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, los monjes cristianos. Con verdadera sed, con ansia, buscaremos el manantial de agua viva que nos promete Jesús en el Evangelio.

El signo de una auténtica experiencia mística es la vivencia del mandamiento nuevo del amor.

Será un tiempo de cristianos contemplativos, y de profetas ungidos de la Palabra de Dios. Hombres y mujeres que se han quemado en la zarza ardiente de Moisés, y han sentido la brisa fresca de Elías.

En medio de nuestros sufrimientos, sabemos que este tiempo histórico ya ha comenzado, y es una oportunidad.

La Noche oscura colectiva será, como en el poema, una dichosa ventura, un tiempo de gracia, que renueva la vida de la Iglesia y nos ayuda a vivir más plenamente nuestra vocación cristiana.

La Noche oscura es un canto a la alta dignidad de la persona humana, llamada a la unión con Dios.

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